Puertas de vidrio, puertas de cristal, puertas de acero, puertas de metal. Combinadas, pintadas, naturales, muy altas, muy angostas, muy bajas. Que rechinan, que son nuevas, que truenan, que te avisan si las abren o te avisan si las cierran, que no hacen ruido. Que dejan entrar el aire y los insectos, que son herméticas y ni luz pasa. Giratorias, deslizables, fijas, de reja y desmontables. Hay de todas, desde las que entran a una acogedora casa, ¡y hasta las hay que te sacan despavorido con olores y gases!
Pero sin importar que tipo de puerta sea, su destino 'final' puede no necesariamente ser el obvio. Tal vez sea un verdadero reto entender o aceptar, hasta donde me llevará esa puerta, y si estoy dispuesta a cruzarla.
Como dijera un amigo por ahí, una puerta puede ser eso, o un portón o un portal o un puerto. La cuestión es: ¿te vas a animar a cruzarla? ¿Estas en la disposición de ir hasta donde te lleve?
Que tal que te lleva al amor, ah, el dulce amor, los abrazos, las caricias, el calor... pero si te lleva al desamor, ¿la cruzarás igual? al frío, a la soledad, al invierno hostil. Y si te lleva lejos, ¿llevas el equipaje requerido? ¿aguantarás el viaje? ¿no te mareas? ¿extrañaras algo, alguien? Y si te lleva a otro mundo, ¿hablarás el idioma? ¿podrás comunicarte?... ¿podrás, o querrás regresar?
Las puertas son mucho mas que eso, son opción y decisión, son esfuerzo, son reto. Cada día las cruzas de manera rutinaria, hasta que te topas con una, en ESE momento de tu vida, que representa un desafío. Algunas veces, una vez que las cruzas, ya no hay retorno.
Por eso, la próxima vez que te acerques a abrir una puerta, piénsalo bien, tal vez te lleve a donde no imaginaste estar. Por ejemplo, esa puerta de tu casa, ¿a donde me ira a llevar?...